Saturday, January 28, 2017

INICIO DE LOS ESTUDIOS TEOLÓGICOS EN MADRID (V), por P. Niceto Blázquez O.P

Estudiantes en el Jardín Japonés, al poco de la inaguración de Alcobendas
En septiembre de 1958 todos los estudiantes de Filosofía y Teología nos trasladamos a Madrid para proseguir allí nuestros estudios en el moderno y popular convento que terminaba de ser construido en la periferia de la capital de España. Por su ubicación en la vieja carretera que unía la capital con el viejo pueblo de Alcobendas, se popularizó el nombre de Los Dominicos de Alcobendas como referencia que facilitaba el acceso al nuevo convento. Su arquitectura moderna y funcional llamó mucho la atención y la Iglesia ganó el premio internacional de arquitectura religiosa moderna. 

Por otra parte, al Instituto de Filosofía, que procedía de Ávila, se añadió el Instituto de Teología, ambos Asociados a la Universidad de Santo Tomás de Manila. A partir de este momento el Centro de Estudios de la Orden de Predicadores empezó a ser conocido oficialmente como Institutos Pontificios de Filosofía y Teología Santo Tomás Agregados a la Universidad de Sto. Tomás de Manila. Con esta nueva singladura, el Centro se convirtió en un lugar de referencia intelectual importante en Madrid y por allí empezaron a desfilar personalidades relevantes de la ciencia y de la cultura.

Para el propósito de mi trayectoria intelectual me es grato recordar de modo muy especial al prestigioso médico y humanista Gregorio Marañón y al filósofo Xavier Zubiri. Con el primero, que se dejó ver en alguna misa dominical y saludó muy cordialmente a los frailes, se había programado un coloquio con los estudiantes, pero desgraciadamente falleció una semana antes de la fecha elegida para el deseado encuentro en 1960. Con Xavier Zubiri, en cambio, tuvimos suerte y celebró con nosotros una histórica conferencia con motivo de la festividad de Santo Tomás, seguida de un coloquio que dejó en mí una huella profunda. El acontecimiento es evocado en la obra "Xavier Zubiri. La soledad sonora" con estas palabras: "El 8 de marzo, fiesta de santo Tomás de Aquino, Xavier Zubiri imparte una conferencia titulada "Utrum Deus sit" [Si Dios existe], en el Estudio General que los Padres Dominicos tienen en Alcobendas, cerca de Madrid. En ella hace una valoración de las pruebas tomistas de la existencia de Dios. Pero, antes, insiste en reflexionar sobre «el porqué y el cómo de la pregunta del hombre actual acerca de Dios», pues la historia modula las nociones y el hombre creyente de hoy tiene sus propias inquietudes.

Citando un ejemplo de santo Tomás («conocer que alguien viene, no es conocer a Pedro, aunque sea Pedro el que viene»), Zubiri sostiene que para el hombre contemporáneo la primera inquietud es saber «si efectivamente hay alguien que viene, antes de averiguar quién es el que viene».

El planteamiento riguroso del problema de Dios exige hoy «un análisis más o menos largo y reflexivo de la simple intelección». Las cinco Vías de santo Tomás podrían tener luego algún valor como esfuerzo de la razón demostrativa. Pero, en todo caso, «más que demostrar a Dios, demuestran la existencia de una realidad de la que después habrá que ver si tiene los atributos que todos otorgamos a Dios. [...] .

Suponiendo que se haya demostrado, no ya ante el metafísico, sino ante un público que cree en religiones distintas, la existencia de una "causa prima", la pregunta es inexorable: esa causa primera ¿es Yahvé, es el Padre Eterno del Evangelio, es Júpiter o es Varuna?». Al Dios cristiano «no se llega sino por una forma distinta de razón, que no es la razón de lo racional, sino la razón de lo razonable». Por experiencia estricta el hombre ha ido, como dice san Pablo, «tanteando a la Divinidad, buscándola, hasta tropezar con ella y encontrarla», a lo largo de ese inmenso catecumenado teológico que ha constituido la historia de la religión cristiana desde Abraham hasta la muerte del último Apóstol. Y lo que ha encontrado es un Dios amor que está allende la necesidad y la contingencia". 

El diálogo que siguió a la exposición resultó dinámico y dialécticamente magistral entre Zubiri y algunos profesores del Centro. Por una parte, el mero hecho de invitarle fue un gesto por parte de los Dominicos de apertura intelectual y comprensión hacia un personaje tan interesante como lo era Zubiri, cuyo drama personal y trayectoria intelectual es magistralmente descrito en la obra citada. Sobre todo, si tenemos en cuenta que por aquellas fechas se había desatado la ofensiva contra el pensamiento de José Ortega y Gasset protagonizada por el dominico Santiago Ramírez. Después de muchos años fue recuperado el texto íntegro de aquella memorable conferencia como queda reflejado en el capítulo final de esta obra en el apéndice curricular. Para mi aquel encuentro con Zubiri fue muy estimulante como se deduce de lo que digo a continuación.

Entre los diversos y solemnes actos académicos que tradicionalmente se celebraban en el Estudio General uno de ellos consistía en que un estudiante pronunciara una conferencia asesorado y guiado por algún profesor. Pues bien, el curso académico 1959/1960 recibí yo el encargo de preparar el tradicional discurso ante los estudiantes y profesores del Centro sobre el tema "Filosofía de la personeidad". Este término lo había utilizado Zubiri en su conferencia con gran sorpresa mía y esa fue la razón que me llevó a comentar el significado del mismo, comparándolo con otros conceptos de la metafísica clásica. Terminado el acto académico un estudiante de teología me felicitó diciendo que yo había demostrado cualidades para ser fichado como futuro profesor de metafísica. Yo no lo tenía tan claro. El texto de ésta mi conferencia primigenia fue revisado y publicado en la revista Oriente, que, como queda dicho, era el órgano de expresión de los estudiantes. En nota a pié de página declaraba yo la autoría del término con referencia al histórico encuentro personal con Zubiri.

Así fue mi primer estreno como escritor. La publicación de este pequeño artículo fue el inicio de una experiencia feliz que se iba prolongar a lo largo de toda mi vida.

Veinte años más tarde recordábamos los dos con nostalgia en su despacho de Madrid aquella fecha memorable y le informé sobre mi artículo inspirado en el término personeidad que él había utilizado en su conferencia. Con esta ocasión me dijo en tono confidencial que se le ocurrió utilizar ese concepto reflexionando sobre la Eucaristía y que lo comentó con su amigo el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, al cual le pareció muy bien. Nuestros contactos posteriores fueron relativamente frecuentes por teléfono y sobre todo con motivo de la presentación regular de sus libros. 

Estudiantes paseando bajo el Pabellón de Padres Jóvenes
En una ocasión me dijo que tenía mucho interés en que a esos actos públicos asistieran teólogos. Pero me parece interesante destacar dos de nuestros encuentros personales. Durante uno de ellos se confidenció mucho conmigo. Por una parte, me aconsejó que no debía yo alejarme de la Universidad Complutense considerando que, dada mi vocación y amor a la reflexión filosófica, era bueno que estuviera presente en esa institución pública tan importante. Fue éste un consejo que no olvidé después. También me habló del cuidado que hemos de tener para no escandalizar a los más débiles con nuestras opiniones y formas de pensar. Observación que ilustró con un ejemplo práctico en el que un sobrino suyo cuando era de corta edad le hizo una pregunta relacionada con la Biblia. Y como su salud empezaba a flaquear, hablamos de la muerte. Me dijo que la última vez que hubo de ser internado en el hospital se vio obligado a ponerse al día sobre el tema de la muerte. 

Hasta entonces había estado convencido de que estaba preparado para afrontar la situación cuando llegara el momento, pero al ver que la muerte llamaba ya con insistencia a su puerta, sintió la necesidad de ponerse de nuevo al día. Una cosa es reflexionar sobre la muerte mientras la contemplamos como algo todavía muy lejano a nosotros, y otra, muy distinta, cuando se encuentra ya a la puerta de nuestra casa dispuesta a segar nuestra vida. De hecho, la muerte nos pilla a todos por sorpresa y nunca podemos presumir de que estamos suficientemente preparados para encararnos con ella y Xabier Zubiri en esto no fue una excepción.

El otro encuentro personal que me parece oportuno recordar tuvo lugar así. Yo impartía a la sazón un curso académico de Ontología y, obviamente, era inevitable que el nombre de Zubiri fuera evocado antes o después. Mis alumnos tenían una idea casi mítica del gran filósofo al que consideraban poco menos que inaccesible. Un buen día les pregunté si tenían interés en hablar con él personalmente y quedaron muy sorprendidos por mi pregunta. Les dije que, si les parecía bien, una tarde podíamos ir a conocerle en su propio despacho de Madrid. Dicho y hecho. Le llamé por teléfono y con inmensa alegría programamos la visita en su despacho de trabajo en Plaza del Rey en el corazón de Madrid. Nos esperaba en la puerta del ascensor. 

Al salir nos fundimos en un abrazo y los estudiantes no salían de su asombro al constatar que quien con tanto cariño y alegría nos recibía era el mismísimo y mítico Zubiri en persona. Inmediatamente nos sentamos y le presenté a mis alumnos, que estaban radiantes mirando a aquel anciano cariñoso y entrañable. Fue una hora llena de vida durante la cual los estudiantes fijaron más su atención en la felicidad personal que irradiaba aquella inteligencia gigante en un cuerpo pequeño de estatura que en lo que decía. Fue una clase testimonial de cómo un hombre puede ser feliz buscando la verdad última de todas las cosas, y de modo especial las que se refieren a Dios. Terminado el encuentro nos despedimos, pero la sorpresa fue aún mayor cuando los estudiantes se percataron de que él, el mismísimo Xavier Zubiri, se dirigía como un hombre cualquiera a tomar el autobús para volver a su casa.


El 23 de septiembre de 1983, mientras yo volvía a Madrid desde Santiago de Chile, Carlos Castro presidía la misa concelebrada con otros cuatro sacerdotes por el eterno descanso de Xavier Zubiri. No llegué a tiempo ni para acompañarle en los últimos momentos de su vida ni para participar en la concelebración eucarística por su eterno descanso. Bienaventurados los que buscan a Dios mediante la inteligencia porque le encontrarán. Xavier Zubiri le buscó con la inteligencia y el corazón por lo que estoy seguro que le ha encontrado y de lo cual me alegro también de corazón. 

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