Saturday, April 30, 2016

OCAÑA: 1958-1959, por Juan José Luengo (III)

Entrada al noviciado (Imagen: Marcial Calero)
Salimos de Arcas Reales [ENLACE SEGUNDA PARTE] a finales de Julio de 1958. Fuimos a Santa María de Nieva(Segovia) donde hicimos los Ejercicios Espirituales antes de ir a Ocaña(Toledo) para tomar el Hábito y hacer el Noviciado.

La toma de Hábito se llevó a cabo el 5 de agosto. Estoy seguro que todos recordamos ese día emotivo y lleno de abrazos. El mismo día hicieron la profesión los novicios del curso anterior al nuestro.

Con la Toma de Hábito comenzamos un nuevo capítulo en el libro de nuestra vida y de nuestro peregrinar por el desierto y los oasis del mundo de la gran familia dominicana.  La toma de hábito fue el “bautismo” (la profesión sería la “confirmación”) que nos hizo ciudadanos de esa familia con todos los derechos y obligaciones. El simbolismo de la ceremonia no podía ser más impactante: nos despojamos del” hombre viejo” para poder llegar al “hombre nuevo”. La aventura del Noviciado tenía como meta el descubrir y vivir el “carisma” de la Orden de Predicadores. En su escudo leemos “Veritas” y nuestra vida se convertiría en la búsqueda de esa verdad.

El lema de “contemplare et contemplata aliis tradere” sería nuestro reto.  Durante el año de Noviciado seríamos como el barro en las manos del alfarero que el P. Maestro de Novicios iría moldeando para hacer de nosotros esculturas de auténtica vida dominicana [ENLACE PRIMERA PARTE].

Fue un tiempo de oración, de estudio, de reflexión y también de domesticación. Totalmente aislados del mundo exterior, sólo los muros del convento fueron testigos silenciosos de nuestras ansiedades, de nuestros triunfos y nuestras agonías, de nuestros éxitos y nuestros fracasos.

Sin muchos preámbulos, nos sumergimos en el mundo de la oración litúrgica ¡y todo en latín! ¿Quién no recuerda el sonido melodioso del “Deus, in adjutorium meum intende… y Domine, labia mea aperies” al comenzar cada una de las horas canónicas del breviario? El coro se convirtió en nuestro segundo aposento…Allí, cada día, rezamos Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. Como Novicios también rezábamos el Oficio Parvo y, por supuesto, la misa diaria, la meditación, los quince misterios del rosario (eso de los veinte misterios es una invención moderna del Papa Juan Pablo II), la confesión semanal, la dirección espiritual con el P. Maestro y otras devociones privadas como la Visita al Santísimo.
                                  
¡Y no hay que olvidar el Capítulo de culpas cada semana! En él nos acusábamos en público de faltas menores en contra del silencio, la modestia, la caridad y otros pecadillos por el estilo. Nunca faltaba una voz como de ultratumba que resonaba en la capilla lúgubre y oscura “proclamando” al hermano que se había olvidado de confesar alguna de las faltas cometidas.

Fueron legendarias las charlas sobre espiritualidad e historia dominicanas del P. Maestro de Novicios. No cesó de repetir la importancia de la “observancia” de las Constituciones.  Nos hizo aprender de memoria la Regla de San Agustín (Ante omnia, fratres carissimi, diligatur Deus, deinde proximus, quia ista sunt praecepta principaliter nobis data… Este era el comienzo. Y terminaba: Ubi autem sibi quicumque vestrum videt aliquid deesse, doleat de praeterito, caveat de futuro, orans ut ei debitum dimittatur et in temptationem non inducatur) ¿Qién no lo recuerda?

De él aprendimos la importancia de los “consejos evangélicos”, los tres votos, como camino de perfección, la importancia de la oración (sobre todo el Oficio Divino), de la modestia, del silencio, del sacrificio y muchas cosas más. Sobre todo, la importancia de la obediencia. Quizá la nuestra no tenía que ser como la de los jesuitas “perinde ac cadaver”, pero se acercaba. Tenía que ser “perinde ac persona in statu comatoso”. Como escribió Humberto de Romanis, “para que vuestra obediencia sea agradable a Dios todopoderoso, procurad que sea pronta sin dilación; devota sin desdén; voluntaria sin contradicción; sencilla sin discusión; ordenada sin desviación; alegre sin turbación; fuerte sin pusilanimidad; universal sin excepción y perseverante sin interrupción”

Muchas de las charlas del P. Maestro estaban basadas en los escritos del  citado Venerable Humberto de Romanis (1194-1277), quinto Maestro General de la Orden (1254-1263), cuya obra Vitae Fratrum y sus comentarios sobre la Regla de San Agustín reflejan el espíritu original del carisma de la orden.

¿Cuáles fueron los libros que alimentaron nuestra espiritualidad durante el noviciado y más adelante durante los largos años del estudiantado?

El Kempis fue siempre uno de los favoritos. Fueron también muy importantes, los libros sobre la vida de los santos, sobre todo los santos dominicos como Santo Domingo, Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán, San Jacinto de Polonia, San Raimundo de Peñafort, San Alberto Magno, San Antonino de Florencia…. y santas como Santa Catalina de Siena, Santa Rosa de Lima y Santa Inés de Montepoliciano. Hoy habría que añadir una larga lista de santos canonizados después, sobre todo por Juan Pablo II. San Martín de Porres, San Juan Macías, los mártires de China, Japón y Vietnam no eran “santos” en aquel entonces.  Nuestro Breviario también incluía los muchos “beatos” de la orden.

Hablando de la vida de los santos, hay algo que siempre me resultó chocante y no muy edificante. Me refiero al ejemplo de santos como San Luis Gonzaga a quien, como patrono de la juventud, se presentaba como un modelo a quien imitar. Sus hagiógrafos nos lo presentaban tan “puro” y “angelical” que no se atrevía a mirar a la cara de ninguna mujer, ¡ni a su misma madre! Se puede argüir que ejemplos como éstos son más propicios para producir psicópatas que santos.

Por muchos años estuvieron de moda los libros de Tihamer Toth (1889-1939), obispo de Veszprem (Hungría), de quien todos recordamos su obra más leída Energía y Pureza. Los libros del Abad Benedictino Dom Columba Marmion (ahora beato) estuvieron también entre los favoritos. Muchos leyeron sobre la vida y espiritualidad de Sor Isabel de la Trinidad, como también los libros de espitualidad del P. Juan González Arintero y del P. Garrigou-Lagrange. Libros como Teología de la Perfección y Teología de la Salvación del P. Royo Marín fueron también importantes. Historia de un alma de Santa Teresita del Niño Jesús pasó también por nuestras manos como lo hicieron también las obras de San Francisco de Sales y San Alfonso María de Ligorio.  Por razones obvias, algunos de nosotros leímos con placer y entusiasmo a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz. Otros prefirieron las obras del jesuita Alfonso Rodríguez.

Naturalmente, hubo muchos más. No hay que olvidar que nuestros superiores y directores espirituales habían seleccionado todos estos libros por su doctrina sana y ortodoxa.

De todos los libros que yo leí, recuerdo especialmente por su impacto El valor Divino de lo Humano del recientemente fallecido Jesús Urteaga Lloidi, sacerdote del Opus Dei, y, años más tarde, Una religión para nuestro tiempo de Luis Evely.

Todos sabemos que el Maestro de Novicios era el P. Vidal Fueyo. El P. Isidoro Garrido era el Socio y Prior del Convento el P. Emiliano Berlana. Nunca se olvidarán los nombres de los Padres Romo, Calle, Valentín, Eduardo, Gavilán y Evaristo Rojo quienes, entre los ministerios que tenían, fueron nuestros confesores. Padres más jóvenes como Jesús Santos y Alberto Martín enseñaban en el Colegio. ¿Y quién no recuerda al médico del Convento, Don Adolfo?

Todos tuvimos que escribir una breve biografía en el libro oficial del noviciado. Lo hicimos en latín siguiendo un formato más menos como este: Ego, Ioannes Iosephus Luengo Garcia, natus fui in Narrillos de San Leonardo, Abulae, die 28 Martii, anno millesimo...También incluimos el nombre de nuestros padres y algunos detalles más. No era más de una página. Me imagino que todos esos libros oficiales se habrán conservado en el archivo del Convento.

Durante los años de colegiatura las filas se formaban por orden alfabético. Esto cambió en el Noviciado, donde se comenzó a hacer por orden de edad: de los mayores (Baltasar Carrascal, Alberto García…) a los más jóvenes (Antonio Luciano López, Eduardo Vaquero). Yo recuerdo estar en mi fila entre Alfredo Díez y Calixto Franco.

Cada uno de nosotros tenía su celda particular. No era el Hotel Hilton, pero fue una mejora. A propósito de esto, desde el Noviciado y durante todo el Estudiantado siempre nos estuvo prohibido entrar en la celda de otro hermano.

Desde el primer día del Noviciado nos enseñaron a tratar a los demás novicios como “fray” y a los padres como “su reverencia”. Comenzamos a comer en el mismo Refectorio de los Padres. Además, siguiendo una tradición muy dominicana, se servía la comida empezando por los de “abajo” y así al P. Prior se le servía el último. Siempre comíamos en silencio mientras escuchábamos la lectura de libros piadosos y edificantes.

A cada novicio de le asignó un oficio. Había enfermeros, sacristanes, jardineros, peluqueros… A mí me tocó el oficio de encuadernador, algo así como cirujano de libros que necesitaban alguna operación quirúrgica.

Había también algunas tareas en las que todos nos turnábamos como la de servidores en el comedor o la de iniciar algunas de las partes del Oficio Divino en el coro. Hablando del coro, no podemos olvidar que José García y Jesús María Pitillas eran los cantores y encargados de dirigir la música.  Era costumbre los sábados el cantar la letanía de la Virgen y lo dirigían los dos novicios asignados para la semana.

Como no todos los novicios tenían talento para la música, a veces el resultado era más cómico que piadoso. A mí te tocó hacerlo con Agustín Requejo y hay que reconocer que la naturaleza fue cruel con los dos en lo que se refiere a la música.

Era octubre cuando murió el Papa Pío XII y fue elegido el Papa Juan XXIII.  Con este motivo creo que nos aprendimos de memoria el nombre de todos los cardenales: Roncalli, Canali, Agagianian, Tisserant, Pla y Deniel, Gracias, Siri, Quiroga Palacios, Lercaro…

Meses más tarde Juan XXIII anunciaría la convocación de un nuevo Concilio Ecuménico. Por supuesto, en aquel entonces nadie tenía idea de lo que luego pasaría en él. El Espíritu sopla donde, como y cuando quiere nos dirían muchas veces…

Como tradición de la Orden, a partir del 2 de noviembre, día de los difuntos, comenzamos a usar la capa negra encima del hábito hasta el canto del Gloria en la misa de la Vigilia Pascual el Sábado Santo. Esta vestimenta era impresionante para la gente de fuera al vernos caminar en grupo o en procesión fuera del convento. Por algo nos llamaban los “pingüinos”.

Noviembre de ese año no me trae buenos recuerdos. El 27 de ese mes falleció mi padre a los 58 años.  En aquellos tiempos no estaba permitido el ir a casa para el funeral durante el Noviciado. No cabe duda que esta práctica era un mensaje inconfundible para convencernos de que “hay que renunciar al padre, y a la madre…para quien busca el Reino de los Cielos”.

Unos meses más tarde murió el P. Emiliano Berlana, prior del convento. Todos recordamos la costumbre de velar a los difuntos hasta el momento del entierro. De dos en dos, de día o de noche, nos reuníamos para recitar salmos durante un par de horas cada grupo.  Fue una experiencia inolvidable, espiritual y macabra al mismo tiempo. Esto se repetiría muchas veces más durante los años de estudiantado.                                                                                                         
¿Quién no recuerda aquellas procesiones en el convento de Santo Tomás de Ávila marchando en procesión desde la iglesia hasta el cementerio cantando el salmo Miserere mei, Deus en tono peregrino?

Ya que hablamos de los muertos, hay que mencionar que en el mes de abril de 1959 murió el P. Valentín Moreno.

Como nuevo Prior del convento de Ocaña fue elegido el P. Quintín García, quien estaba asignado a Filipinas al ser elegido. A parte de que los dos eran calvos y más bien bajos, el contraste entre el P. Berlana y el P. Quintín no podia ser más marcado, como el Gordo y el Flaco de las películas de aquella época. El P. Berlana, con su voz pausada y solemne, representaba la calma y la tranquilidad, el P. Quintín, con su voz atiplada y chillona, era capaz de alterar la calma hasta de los muertos. 

Creo que fue durante la primavera cuando el P. Fueyo hizo un viaje de varias semanas a Estados Unidos a visitar lugares conocidos y amigos del pasado.  Como muchos padres de la provincia, había estudiado en Ponchatoula, en el Estado de Lusiana y quizá también trabajó en una de las parroquias que la provincia tuvo por un tiempo en Nueva Orleans. En 1911, la provincia abrió un convento en Ponchatoula donde estudiaron Teología e inglés muchos de los sacerdotes asignados a Manila. Esto tuvo lugar cuando era provincial el P. Buenaventura García de Paredes y General de la Orden el P. Jacinto Cormier. Por razones que desconozco, todo terminó en 1938 siendo General el P. Martín Gillet.

Recuerdo muy bien que en su viaje a Estados Unidos el P. Fueyo fue cargado de rosarios para regalar, rosarios que fueron hechos por varios novicios, como Santiago Fuertes, que tenían habilidad para esos menesteres.

Después de recordar algunas de las anécdotas de aquel año especial, no viene mal recordar quiénes fuimos los que vivimos esa experiencia que nos marcó a todos de una manera profunda.

En La Mejorada en 1953 habíamos entrado unos 150. En 1958 tomamos el Hábito. Incluyo la lista (por orden alfabético) de todos los que aparecemos en la foto “oficial” tomada al comenzar el Noviciado. Para refrescar la memoria, indico la provincia en la que nació cada uno de nosotros.

José Luis Abad(Burgos), Salvador Albarrán(Salamanca), Balbino Arias (León), José Manuel Asenjo (León), José María Bermejo (Palencia), Juan María Borde (Vizcaya), José Luis Burguet (Asturias), Julián Cabestrero (Burgos), Baltasar Carrascal (Zamora), Agustín Carricajo (Zamora), Florentino Casado (Palencia), Amador de Bustos(Palencia), José Antonio de Cea (Palencia), Aureliano de la Fuente (Cuenca), Juan Manuel del Pozo (Ávila), Teodoro del Pozo (Palencia), Alfredo Díez (León), Felipe Escanciano (León), Emilio (“Titi”) Fernández(Asturias), Santos Fernández (Cantabria), Calixto Franco (Palencia), Lázaro Fuentes (León), Santiago Fuertes (Valladolid), Miguel Gabela (León), Andrés Galán (Ávila, nacido en mi pueblo), Alberto García (Asturias), José García (Burgos), Pedro García (León), Manuel Gómez (Ávila), Teodoro González(Ávila), José Hernández (Salamanca), José María Ibáñez (Madrid), Adalberto Izquierdo( Burgos), Antonio Luciano López (León), Ricardo López(Ourense), Juan José Luengo (Ávila), Marcos Mallavibarrena (León), Teodoro Martín(Palencia), Faustino Martínez (Asturias), José María Martínez (Ávila), Juan Luis Martínez (Asturias),Timoteo Merino (Palencia), Salustiano Moreta(Ávila), Jesús María Pitillas (Navarra), Juan Postigo (Segovia), Agustín Requejo (Asturias), Graciano Reyero (León), Antonio Sáez (Ávila), Jesús Sánchez Sendino (Palencia),Tomás Sánchez (Ávila), Jovino San Miguel (León), José Luis Santervás (Valladolid), Alejandro Valbuena (León), Eduardo Vaquero (Ávila), José Antonio Vigara(León).

No fueron muchos los que se salieron durante el Noviciado. Cumplido el año, el 6 de agosto, y después de una semana de Ejercicios, hicimos la profesión simple.

El curso siguiente al nuestro tomó el Hábito el 4 de agosto y convivimos con ellos unas semanas antes de ir a Ávila. Allí comenzamos una nueva etapa de nuestra interesante peregrinación.

No es que sea muy importante, pero recuerdo que hasta que no llegaron los del curso siguiente a Ocaña no nos enteramos de que Federico Martín Bahamontes había ganado el Tour de France. ¡El primer español que lo consiguió! ¡Ocaña, Delgado, Induráin, Sastre y Contador vendrían años después!

1 comment:

  1. Sobre la lectura de libros piadosos y edificantes en el Refectorio... escuchamos, también, la diaria lectura del "Libro de la Cruzada Española" que relataba al detalle los crímenes de las hordas rojas que se ensañaron con frailes, monjas y sacerdotes.

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